lunes, 28 de octubre de 2013

La caja de la nada

He decidido llamar a esta entrada la caja de la nada, puesto que el abordaje del día de hoy se centrará en un breve (y posiblemente impreciso) análisis de uno de los temas más complejos de estudiar: la mujer. El tema del blog nos remite a la no-conexión entre hechos que los hombres hacemos, es decir, ordenamos por categorías un tema (la familia, el trabajo, etc.) y éste permanece independiente e intocable respecto al resto; por otro lado, en la mujer todo tiene una conexión permanente en espacio y tiempo (sobretodo tiempo). Dentro de dichas categorías podemos afirmar la existencia de ese lugar en la universo del hombre llamado: la nada, justo cuando respondemos que no pensamos en nada, nos encontramos situados en ese lugar.
Así, en este espacio, pretendo tratar de comprender y traer a la luz ese misterio que llamamos: mujer; entiendo, muy probablemente mis intentos pueden parecer imprecisos e ingenuos y quizá totalmente erróneos. Sin embargo, he de confesar que es mi deseo aportar mayor literatura junto a colegas de alta prosapia como el Doctor Xochihua, Maldonado, Bojalil, Octavio Paz o Schopenhauer, quienes, entre muchos otros, han tratado de dar explicación a la fabulosa psique femenina.
 
 
El primer punto que debemos admitir es que la misma imposibilidad de entender el aparato psíquico femenino es lo que conlleva a la interpretación de lo femenino; en otras palabras, realizamos un trabajo similar a lo que los (y las) arqueólogos (as), nos situamos por vez primera frente a la piedra Rosetta y, a partir de ahí, codificamos, categorizamos e interpretamos con nuestras propias herramientas (buscando un lenguaje conocido para saber lo que fue expresado/se quiso decir). Lo anterior, nos obliga a situar a la femineidad como algo tan maravilloso como atemorizante.
Así pues, la mujer resulta que genera sentimientos ambivalentes; puesto que lo mismo es un ser delicado, inmóvil y cósmico, como la fiera doméstica, voraz y perversa. Este desconocimiento lleva al hombre a generar discursos ambiguos e incoherentes, la conquista resulta ser una tarea que suele conllevar palabras vagas y románticas. En sí, no busca ganarse los sentimientos de la mujer, sino que la causa última es un natural fin sexual. Esto es debido a lo complejo que resulta entender lo que una mujer quiere, no en su fin último (puesto que es igual que el del hombre) si no muy en el principio, es decir, la causa primera.
Es posible que, la causa primera no resulte más que la búsqueda de asegurarse que la causa última no sea en vano, en otras palabras, debe existir una promesa de que el fin sexual está emocionalmente justificado. En esta dinámica, el hombre se convierte en un histórico prometedor, sin importar el alcance de las mismas, éstas deben tener un componente emocional. Más allá de la naturaleza de la conquista, estamos en posición de concluir que la primera causa debe ser la justificación emocional histórica, lo que significa una promesa de apego emocional, de no-abandono.
En términos generales, parece que hemos llegado a la piedra angular del asunto. Sin embargo, nos hemos adentrado en mayores cuestiones más allá de lograr saber lo que quiere una mujer. Esta “justificación emocional histórica”, parece ser que no es más que la esperanza de un cuidado y protección que buscan, tanto la mujer como el hombre, puesto que ¿no es un mal hombre aquel que abandona a su mujer?. En la cuestión social, esta forma ambivalente producto del misticismo que la envuelve, nos genera figuras polarizadas como por ejemplo La Virgen María (Guadalupana) y La Malinche, elementos opuestos de la femenidad en la cultura mexicana.
Ahora bien, nos encontramos nuevamente frente a la concepción que mencionamos anteriormente. Es decir, ante una mujer que nos puede mostrar dos caras, y sólo dos. Asimismo, debemos admitir que el hombre, en la profundidad de su sentir, lo mismo teme como desea a una Malinche, pero es incapaz de acordar consigo cómo tener esa mujer voraz y, al mismo tiempo, una guadalupana.
Al tener ambas caras y no saber cuándo se presenta una o la otra, el discurso romántico surge como un elemento fundamental para alcanzar la causa última de ambos géneros. En otras palabras, no resulta un engaño, si no una fase necesaria para lograr el equilibrio y unir lo más o menos disonantes que es cada una de las psiques. Este romanticismo, necesariamente, tiene el componente emocional como una llave que abre el camino para las últimas causas, pero jamás resultará la lectura del conjunto de códigos a interpretar, esto último es una tarea por demás compleja.
Por otra parte, la mujer guarda un extraño tipo de conexión entre los recuerdos, mismos que generan diversos sentimientos y la transportan justo al momento en que sucedió un hecho determinado. A este tipo de memoria, la denominamos memoria emocional.  La palabra, como  elemento subjetivo, ha de relacionarse con una emoción; es decir, más que los hechos facticos estamos ante los hechos brutos interpretables.
De lo anterior, nace entonces el hombre verbo. El hombre-verbo, no es más que cualquier hombre que busque expresar a una mujer un hecho, romántico o no. El lidiar con emociones siempre es una cuestión más compleja, porque van mas allá de la razón y de los hechos, lo anterior, no es una cuestión de género, es una cuestión del ser humano, quien tiende inevitablemente a recordar una experiencia con un cierto componente afectivo.  Lo que diferencia muchas veces a la psique femenina es el sustento factico de sus aseveraciones; las cuales tienden a tener lógica con base en lo que ha sentido más allá de cualquier narración argumentativa; sin embargo, por el contrario, el hombre tiende a explicar basado en sucesos más o menos reales y tiende a separar lo emocional de lo científico, puesto que no pertenecen a la misma “caja”.
Así pues, la mujer, debe su fama de una gran memoria gracias a este componente afectivo. Lo afectivo, perdura en el tiempo, supera la barrera del olvido y se vuelve un eterno acompañante de nuestras experiencias. Los hechos, sin embargo, se van diluyendo con el paso del tiempo, no son recuerdos significativos, solo una serie de conjeturas que nos sirven para contrastar la realidad pero que al final del tiempo se van perdiendo como un grano de arena en el mar.  Es por esto que en las típicas discusiones de pareja difícilmente se impone el hecho científico, se lgra acordar (cuando algo se acuerda) con base en la razón emocional .
 



MERLEAU- PONTY
 

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