lunes, 14 de octubre de 2013

Elijo no elegir

Un Pitcher lanza a una velocidad promedio de 140km/h una pelota de baseball, lo que deja al bateador con 0.5 segundos para conectar la pelota. Ésto, si la pelota va en línea recta y sin considerar otros elementos como el viento o las técnica del pitcher.  Lo anterior, hace aún más difícil la toma de decisiones, más allá de la estrategia,  porque tiene que evaluar sus opciones y hacia donde quiere dirigir la pelota antes de que sea lanzada.

Ustedes, queridos lectores y lectoras, se preguntarán, ¿cómo tomará la decisión si ni siquiera sabe a donde se dirige esa pelota?.  El bateador está entrenado para prever la dirección, puede elegir las diversas posibilidad pero este tipo de decisiones, en general, no están basadas en una estrategia. Sus decisiones, son un volado, una moneda al aire.  Por supuesto, la técnica, experiencia, momento del partido y demás factores influyen y son el aspecto racional de su decisión pero, si el bateador tuviera la firme intención de mandarla la pelota fuera del parque, entonces la pelota del pitcher tendría  que ser una recta y, sorpresa, esto jamás lo sabrá el bateador por lo que muy probablemente será más obra de la casualidad que de su entrenamiento el hecho de haber enviado la pelota fuera del parque. 

Por otro lado, como mencioné, el momento del partido es muy importante para el bateador. Y es que más de 90% de nuestras decisiones son tomadas de forma emocional, por lo que es lógico pensar que un bateador con la posibilidad de empatar el juego podrá caer en las garras del estrés muy fácilmente (para bien y para mal). 

En nuestro caso,  ¿cuántas veces no estamos en la antesala de una decisión importante?. Todo el tiempo estamos tomando decisiones, algunas sólo las realizamos de forma automática sin pasar por el proceso reflexión.  Sin embargo, las más importantes parece ser que pasan por el raciocinio. Lamentablemente, estimados lectores, he de decirles que nuestras decisiones gran cantidad de veces son como las de ese bateador; es decir, no sabemos a donde va la pelota, lo más que podemos hacer es pronosticar y, si son muy devotos, un ave maría para que las cosas funcionen como pensamos que funcionarían.

Un claro ejemplo es cuando elegimos cambiar de trabajo o nuestra carrera profesional. Nos movemos para buscar mejores condiciones laborales y, aunque lo parezca, sólo nuestra experiencia y el momento del partido nos guía pero, en realidad, no sabemos si esa pelota se irá de foul, un jardinero en primera la toma y se acabó la historia o, bien, terminamos haciendo un hit o un grand slam.  Lo mismo sucede cuando "decidimos" casarnos. Nos casamos, en términos generales, por "amor" y la pregunta , tema de otro tratado, ¿hasta cuando dura el amor?, ¿toda la vida?, ¿es lógico casarse con la mujer/hombre que amas?; todo lo antes mencionado, es en su mayormente emocional que otra cosa.

En la gran mayoría de las ocasiones, nos atormentamos cuando nos encontramos en una disyuntiva sobre qué hacer, sobre la elección. La disyuntiva no es qué elegir, sino a qué renunciar.  Toda elección implica una renuncia y es bien sabido que el talón de Aquiles del ser humano es justo ése, somos voraces y todo lo queremos. 

La dificultad de la toma de decisiones no radica en saber elegir, sino en saber renunciar.  Renunciamos a algo que de hecho ya tenemos, las elecciones son hacia una posibilidad, algo que no existe.  El bateador tal vez decida pegarle hacia jardín derecho con la esperanza de que la pelota se vaya del campo, pero no deja de ser eso, un feeling y en eso se basan nuestras decisiones.




Merleau-Ponty






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