Las Organizaciones de la
Sociedad Civil (ONGs) quieren tu dinero. Eso debe quedarle muy claro a todos.
Del mexicano, siempre se ha
dicho que es solidario (hasta hay una rolita con Mijares y
Lucía Méndez). Si bien el apoyo que se ha juntado para apoyar a los afectados
por las últimas tormentas/ciclones/huracanes/tifones/tormentas
ciclónicas/baguios es el ejemplo más reciente al que me puedo referir, se
podría elaborar una lista del apoyo que ha brindado el mexicano no sólo a sus compatriotas,
sino a cualquier persona que ha caído en desgracia. Apoyar a los
afectados por Katrina, juntar toneladas de ayuda para los
afectados por un terremoto en Haití, o dar asilo a los españoles que huían
de la guerra civil, son ejemplos que ilustran la actitud del mexicano ante
la desgracia (desgracias que dicho sea de paso, se experimentan con
cotidianeidad en nuestro país).
Nuestra sociedad puede ser
descrita como cálida, acogedora, hermanada, y apapachadora. Dicho de otra
forma, es una política de “mi casa es su casa” que describe a la perfección
cómo es que los mexicanos, con tal de ayudar, nos quitamos la papa de la boca
para dársela a quien la necesite. Tomando en cuenta lo anterior, deberíamos
tener una cultura de contribución social a las ONGs por los cielos, que parece-ser-no-existe...
En las calles de México, vemos
a personas con discapacidad pidiendo limosna en el metro, niños con globos
gigantes en sus pantalones haciendo malabares en los semáforos, o ancianos
durmiendo en las bancas de los parques. La verdad es que es una imagen muy, muy
pinche que a cualquiera le da en la madre. Ningún ser humano debe de vivir en
esas condiciones. ¿Qué hacemos? Les damos una moneda que les comprará un taco,
les regalamos una manta que los cubrirá por la noche, o les llevamos un regalo
para navidad. Con lo anterior, cubrimos nuestra cuota semanal de buenas
acciones, y continuamos por la vida pensando que hemos ayudado a una persona y
hemos hecho de este mundo, un lugar mejor. Lo malo es que con nuestras acciones,
le estamos arruinando el trabajo a alguien más.
Para aterrizar mi punto, les
pondré un ejemplo: imagínense al profesionista, que junto a un equipo de
pedagogos, psicólogos, trabajadores sociales, y educadores entre otros, arma
talleres para trabajar con los niños viviendo en la calle y motivarlos a que
dejen este modo de vida. Pasan meses revisando bibliografía, consultando
metodologías, y probando diferentes modos de abordaje terapéutico con los
chicos, para evidenciarles lo difícil que es vivir en la calle y lograr que la
abandonen. Después de toda su planeación, llegan con los chicos para trabajar
lo duro que es vivir en la calle, sólo para toparse que el muchacho llegó con
el estómago lleno por la torta que le compró alguien, cubierto con el suéter que
le regalaron en un crucero, y con dinero en la bolsa que juntó en una esquina. Todo
el trabajo, y toda la planeación realizada por el equipo se va por la borda en
un santiamén, y el chico sigue perpetuando su modus vivendi “porque se le hace fácil”.
Pero entonces ¿Está mal
ayudar? ¡NO!, el detalle es
cómo se hace, y con quién se hace. Sé que es duro ver la pobreza y la necesidad
que hay en nuestro país, y de pronto es difícil evitar la tentación de dar $10
a alguien que está pidiendo limosna, pero hay una mejor manera de invertir esos
$10. Numeriemos:
Cada semana, vemos a un
viejito pidiendo dinero en la calle, al cual, le damos $10 tres de los siete
días a la semana, esto es, $30 semanales. Al mes, se vuelven $120, que al año,
se convierten en $1,440. ¿Suena poco verdad? Muy poco como para dárselo a una
organización civil al año. Pero ahora pensemos en el efecto hormiga. Si 50
personas (piensen lo que es 50 personas en una ciudad de 11 millones), aportan
al mes $120, dicha organización recibe una donación de $6,000, mensuales que se
vuelven $72,000 anuales. Conozco ONGs cuyo costo de operación anual es menos
que eso. Ahora piénsenlo, si 100 personas (de 11 millones) guardan esos $120
mensuales y lo donan a una organización civil, tenemos $12,000 mensuales, o
$144,000 anuales. Ya es una cantidad bastante aceptable.
Cierto estudio,
menciona que sólo el 16% de los mexicanos dona a alguna organización
establecida para el apoyo social, mientras que 60% prefiere dar dinero
directamente a la persona que lo necesita (limosna). Yo sé que todos tenemos el
deseo de ayudar, pero hay formas más efectivas y eficientes de hacerlo. Si
quieren hacer un bien, en vez de desembolsar unos cuantos pesos a la semana,
mejor cómprense una alcancía de cochinito, y échenle esos pesitos que le iban a
dar a alguien en la semana, y dénselo a una organización.
Las ONGs quieren tu
dinero, sí, porque ellos tienen al personal capacitado profesionalmente para
atender cierta demanda social, tienen la infraestructura para cubrir las
necesidades de las personas, y tienen los métodos no para mitigar, sino para
combatir algún conflicto en México, sólo necesitan el fondeo para hacerlo. Se estima
que hay 35,500 organizaciones en todo el territorio nacional, algunas trabajan
en favor de los animales,
otras apoyan a la discapacidad,
unas abogan por una vivienda digna, y otras
luchan por el comercio justo… Creo
que podemos encontrar una con la cual simpaticemos, y darle 120 pesitos al mes ¿No?
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